O por ahí cuando te doy un beso también me pasa; porque un beso y mirarte a los ojos se parecen. Y entonces yo no puedo mas que pensar en que, sí, supongamos que ciertas imágenes se me peguen, escamosas, a la piel, y que ya nunca me las pueda quitar de encima; ponele, ponele que determinadas cositas tuyas sean capaces de gambetear a la férrea línea de cuatro con la que el tiempo sale a jugar. Pero, ¿y este beso?, ¿qué va a pasar con este beso que ahora te estoy dando?, ¿qué será de él cuando alguno de los dos se mueva un par de centímetros o cuando algún peatón desconsiderado nos toque timbre? Justo este pobre beso de entre tantos besos, de entre tantos abrazos de entre tantas noches. ¿Decime por qué tengo que darte un beso que va a nacer ya casi muerto, olvidado? Este beso es como meter un dedo en los engranajes del universo.
Y con tus ojos es igual. Ojos que yo miro, que otros miraron y mirarán (y que celoso estoy de todos ellos), pero al fin ojos muy de nadie, ni siquiera tuyos. Ojos, muy a mi pesar, condenados al abandono, a la descomposición orgánica, al albergue transitorio de gusanos. Porque, sí, mi vida, aunque te cueste creerlo ya anda muy campante por ahí el ancestro gusanito de aquel otro que te comerá toda por dentro.
Y a mi todo eso me parece demasiado, me parece tanto que cuando te miro siento que tengo que mirarte mucho mientras pueda, como si se tratase de una carrera desesperada, de una cuenta regresiva; siento como el tiempo pasa alrededor nuestro quebrando toda existencia, sin reparar en que ahí estamos, besándonos en su camino, él sencillamente pasa con una indiferencia que no es la de los inocentes, pasa quebrando bancos de plaza, bibliotecas, esa silla en que estás sentada, flores, pocillos de café. ¡Ay!, si vos lo vieras quebrando a unos pocillitos tan indefensos, muy poca cosa, fragiluchos. Si vieras como hace que se caigan de las mesas a la hora del desayuno y se rompan en mil pedazos, destruidos, irreparables, ya cosa del pasado, ya solamente unos pedacitos de cerámica marrón que alguna vez fueron un pocillito, y que ahora sólo son esos escombros en el suelo. Tendrías que verlo porque te incumbe, porque tus besos, al final, son como pocillitos. Y quizás intuyan cosas que vos no, cosas que preferís ignorar, pero que estos pocillitos que a cada rato me estas dando perciben de una manera cabal y trágica. Quizás esta porcelana lenguada sepa demasiado. Puede que ese oscuro presentimiento sea el que nos permite sentirnos así de vivos.