Por ejemplo, ahora. Ahora yo podría escribir muchas cosas, y sin importar cuales, no serían las que quiero. Claro que podría tratar, como siempre he tratado. Como a veces, que me paso varias horas peleándome con alguna coma o con algún puto adjetivo. Pero sólo lo intentaría por cierto placer que en esa estúpida pelea creo conseguir. La verdad es que desde mucho antes de comenzar sé que lo que quiera que encuentre allí no será eso que andaba buscando. Tal vez puede que lo roce tangencialmente o, de tener mayor éxito, que al leerlo desprenda cierto aroma que me recuerde a alguna cara, a algunos ojos, a cierto lugar de la infancia, pero nada más.
Para encontrar esas cosas que quiero posiblemente necesite de todo un nuevo idioma, porque según tengo noticias ni con el castellano, ni con el ruso, ni con el inglés parecería, por lo pronto, alcanzarnos.
O sino decime, decime qué te puedo decir con un par de palabritas enfermizas, chiquitas, casi ridículas, que con un beso no te haya dicho antes y mejor. Decime cómo hago para que este abecedario te tome de las manos, cómo lo convenzo para que después las recorra lentamente. Cómo les hago entender a todos estos párrafos que no están hechos para dejarse leer, sino para susurrarse en tu oído o gritarse en mitad de la calle. Cuántos puntos suspensivos necesitaría si quisiera que entre cada oración exista una pausa fijada por lo que duran tres de tus parpadeos. O te la pongo más complicada todavía: decime como explicarle a los paganos la metafísica latente en un juego de bolitas.
Escribir es como ir de safari armado con una gomera, es esa manía por salir a perseguir ideas de las que con suerte sólo conseguiremos arrancar un par de plumas. Es cazar leones esperando secretamente a que el león nos devore.
Y sino decime, decime vos.
Pero de cualquier manera benditas sean todas estas sumas (escritor-lector) de tiempos perdidos*.
*exagero?