Esta desesperación sorda que tienen las cosas por no dejar de ser, por quedar siempre estancas en alguno de tantos subniveles de existencia.
Esta inmortalidad chiquita que con artilugios de la física y de la química nos hemos procurado.
Este sillón de caño estructural desde el que estoy escribiendo, junto a ese ventilador, junto a aquella ventana.
Todo eso sobre la terrible noción de que el tiempo en realidad está pasando ahora, justo ahora, mientras alguien relee esta página, y no mientras yo la escribo. Saber que el resto es nada, sillón, ventana, las bocinas de la calle. Nada. Pasados, pretéritos, fábulas incomprobables, modestas quimeras.
Eso, reconozco, me da un poco de miedo.