martes, 1 de julio de 2008

Cortázar, boxeo y poesía.

Siguiendo con las analogías al boxeo, hoy me acorde de haber leído a Cortázar diciendo que la novela gana por puntos y el cuento por knock-out.

Proyectando algunas ideas, la novela vendría a ser un boxeador precavido al que no le gustan los riesgos inútiles, nada de zurdazos que lo dejen mal parado; se banca todos los rounds porque en su visión de las cosas una buena técnica le va a dar el favor de los jueces, y un único gancho bien dado no puede hacer la diferencia.

Mientras que el cuento, por su parte, sale al ring dispuesto a acabar con su rival (¿el lector?), a destrozarlo en una combinación perfecta de izquierda-derecha-izquierda. La posibilidad de quedar mal parado y sentir el peso de unos cuantos nudillos sobre su protector bucal es una de esas eventualidades que considera intrínsecas al acto boxear. Va a ir sobre su rival una y otra vez, hasta que alguno de los dos quede en el suelo.

Cuento y novela son dos boxeadores con diferentes estilos, diferentes concepciones sobre el deporte. Cuento y novela, hasta ahí muy bien, pero entonces, ¿y el poema qué? ¿Cómo gana el poema? ¿Qué clase de boxeador es?

Después de pensarlo un buen rato (lo que dura un viaje en bondi a la facultad, para ser más precisos), llegué a la conclusión de que el poema sería un boxeador descalificado, un tipo bastante sucio. Porque el poema, sin ningún lugar a dudas, descolocaría la mandíbula de su oponente antes de que suene la campana.